Desaliñada con la mirada perdida en tiempo y espacio
caminaba a pasos lentos por el amplio pasillo. Llevaba puesto un largo y
vetusto vestido que alguna vez fuera blanco y en sus manos sostenía un maltratado bouquet. El paso del tiempo le
marcaron algunas arrugas en el rostro y su sonrisa había desaparecido para siempre desde que un 20 de Junio
de hace treinta años cuando la
dejaron plantada al pie del altar de la iglesia
porque su amado novio jamás llegó.
Vestía el mismo
vestido de novia que luce ahora
y desde ese momento perdió la razón