jueves, 28 de julio de 2011

PERU EN ALTO














ALEJANDRO ROMUALDO (Peruano)











Según mi modo de sentir el fuego



soy del amor: sencillamente ardiendo.



Según mi modo de sufrir el mundo,



soy del Perú, sencillamente siendo.







Tierra de Sol, marcada al negro vivo,



llorando sangre por los poros, sombra



a media luz del bien, a media noche



del día por venir. Yo estoy contigo.







Golpe, furia, Perú: ¡Todo es lo mismo!



Saber, a ciencia incierta, lo que somos,



buscando, a media luz, otro destino,



con todo el cielo encima de los hombros.







Por eso quiero alzarte, recibirte



con los besos abiertos,



junto a la luz,



ardiendo de alegría.

ANTRO “COLONIAL”










Hace poco estuve en Jauja, para las festividades de Enero, como siempre la gran cantidad de gente que llegaba para estas fechas, las calles muy transitadas por activos peatones y un sin numero de moto taxis que si no caminas con cuidado de seguro terminas atropellado, y note o estoy notando los cambios y como siempre la bendita lluvia que jodia ¡claro! Eso no es novedad en mi tierra y en estas épocas menos así es que ya estaba preparado para cualquier contingencia con gruesas casacas, eso si tuve que comprar un paraguas para estar mas seguro y más abrigado sobre todo seco.



Los molestosos cambios saltaban a la vista, las calles estaban intransitables, las cuadrillas de operarios y la maquinaria pesada destruían el pavimento de los principales jirones de la ciudad dejando cerros de escombros, bloqueando el transito por dichas calles y encima las lluvias imagínense el lodazal que generaban para que tus zapatos terminen embarrados. Aparte es necesario mencionar el estado de abandono de las pistas jaujinas llenas de huecos y grietas enormes que impiden el cómodo transito vehicular y peatonal.



Ni hablar del jirón Junín cuyas obras están abandonadas y genera mucha incomodidad a propios y extraños a pesar de eso y sorteando algunos obstáculos incluida la molestosa lluvia, me dirigí de curioso una noche a presenciar un espectáculo folclórico tan anunciado por una radio local y por los enormes carteles colocados en la sala del ex cine Colonial, otrora elegante sala de cine en la década de los ochenta, ahora convertida con poco criterio en un antro, una vez allí compre mi entrada e ingrese, no pensé encontrar dicha sala en tal estado, totalmente abandonado, casi descuidado y algo tenebroso, convertido ahora en un “chupodromo”, lamente el uso que le estaban dando y lamente también el haber ingresado, pero ni modo ya estaba allí y le di una mirada al local y note Para mi sorpresa que le habían sacado todas la butacas, para convertirla en una enorme pista de baile, el aseo no era bueno, y la asistencia de un publico casi desconocido para mi, mejor dicho totalmente desconocido no conocía a ninguno de los allí presentes, me hizo sentir un foráneo en mi propia tierra,observe a hombres, mujeres y niños observando un espectáculo nada agradable, en el escenario un grupo chichero se encargaba de hacer bailar a los asistentes, algunos jovencitos borrachos daban una mala imagen al espectáculo, me sentí incomodo y quise salir corriendo pero me quede allí sentado e hice volar mi mente al pasado.



Recordé cuando con toda mi “mancha” asistía hace muchos años atrás a ver alguna película, que diferente que era en esos años, su elegancia se hacia sentir ni bien traspasabas esas enormes puertas blancas, sus luces y su olor a sala de cine era inconfundible y característico, recordé también que en algunas ocasiones me sirvió de salón de clases, si aunque suene raro, el cine Colonial alguna vez fue un aula de clases, allí llego a funcionar aunque por muy poco tiempo la academia PRE- universitaria del popular Chicho. Pensé en esos momentos, en esas situaciones, en la tenue luz de la sala, en las luces de colores que estaban al costado de la gran pantalla de cine, en la música instrumental que ponían mientras esperábamos el comienzo de la película, en el puesto de golosinas que existía en la entrada, en los vendedores que ponían sus triciclos de golosinas en la puerta, en el señor gordito que vendía unos ricos alfajores y en el salchipapero el único que vendía en la plaza de armas al que una tarde cuando pasaba por allí me pidió por favor que le ayude a cargar una enorme tina llena de papas picadas listas para ser fritas, lo cual hice a duras penas y por ello me dio un puñado de monedas que me puso contento. Tambien recordé que en alguna ocasión me subí a ese escenario en una actuación de la escuela creo, y sentí la majestuosidad del escenario.



El cantante del grupo chichero hace un alto a la música y levanta un poco la voz y enérgicamente llama la atención a un par de borrachos que amenazan trompearse, la gente empieza a silbar y a hacer bulla, se aglomeran alrededor de ellos para calmar los ánimos, esto interrumpe mis pensamientos y hace que regrese del pasado, poco a poco todo vuelve a la calma, el cantante entona una nueva canción y las parejas se ponen a bailar, yo a lo lejos observo y todo eso hace que deje de pensar en antaño, en los magníficos conciertos que allí se llevaban a cabo, es entonces cuando decido retirarme del lugar, estoy totalmente confundido, la gente me mira como bicho raro, me desperezo en mi asiento y bostezo lentamente, la gente me sigue observando. No aguanto más esta situación me siento totalmente aburrido y fuera de lugar y decido abandonar el antro, me levanto de la vieja butaca que es una de las pocas que quedan en la platea, bajo las escaleras y camino lentamente hasta la puerta, doy una última mirada y veo que hay más gente que al principio, llego a la puerta y más personas pugnan por ingresar, me hago un espacio y logro salir a la calle y siento el aire helado que me da en la cara, doy una mirada a la hora y veo que son más de las doce de la noche y acelero el paso, cierro la cremallera de mi casaca me acomodo la chalina y el gorro de lana y camino con dirección a mi casa. Esperando llegar sin contratiempos pues me han contado que Jauja ahora se ha vuelto peligrosa.

sábado, 9 de julio de 2011

EL CUERVO

Edgar Allan Poe


(Boston, 1809 - Baltimore, 1849)





el cuervo







Una vez, al filo de una lúgubre media noche,

mientras débil y cansado, en tristes reflexiones embebido,

inclinado sobre un viejo y raro libro de olvidada ciencia,

cabeceando, casi dormido,

oyóse de súbito un leve golpe,

como si suavemente tocaran,

tocaran a la puerta de mi cuarto.

“Es —dije musitando— un visitante

tocando quedo a la puerta de mi cuarto.

Eso es todo, y nada más.”



¡Ah! aquel lúcido recuerdo

de un gélido diciembre;

espectros de brasas moribundas

reflejadas en el suelo;

angustia del deseo del nuevo día;

en vano encareciendo a mis libros

dieran tregua a mi dolor.

Dolor por la pérdida de Leonora, la única,

virgen radiante, Leonora por los ángeles llamada.

Aquí ya sin nombre, para siempre.



Y el crujir triste, vago, escalofriante

de la seda de las cortinas rojas

llenábame de fantásticos terrores

jamás antes sentidos. Y ahora aquí, en pie,

acallando el latido de mi corazón,

vuelvo a repetir:

“Es un visitante a la puerta de mi cuarto

queriendo entrar. Algún visitante

que a deshora a mi cuarto quiere entrar.

Eso es todo, y nada más.”



Ahora, mi ánimo cobraba bríos,

y ya sin titubeos:

“Señor —dije— o señora, en verdad vuestro perdón

imploro,

mas el caso es que, adormilado

cuando vinisteis a tocar quedamente,

tan quedo vinisteis a llamar,

a llamar a la puerta de mi cuarto,

que apenas pude creer que os oía.”

Y entonces abrí de par en par la puerta:

Oscuridad, y nada más.



Escrutando hondo en aquella negrura

permanecí largo rato, atónito, temeroso,

dudando, soñando sueños que ningún mortal

se haya atrevido jamás a soñar.

Mas en el silencio insondable la quietud callaba,

y la única palabra ahí proferida

era el balbuceo de un nombre: “¿Leonora?”

Lo pronuncié en un susurro, y el eco

lo devolvió en un murmullo: “¡Leonora!”

Apenas esto fue, y nada más.



Vuelto a mi cuarto, mi alma toda,

toda mi alma abrasándose dentro de mí,

no tardé en oír de nuevo tocar con mayor fuerza.

“Ciertamente —me dije—, ciertamente

algo sucede en la reja de mi ventana.

Dejad, pues, que vea lo que sucede allí,

y así penetrar pueda en el misterio.

Dejad que a mi corazón llegue un momento el silencio,

y así penetrar pueda en el misterio.”

¡Es el viento, y nada más!



De un golpe abrí la puerta,

y con suave batir de alas, entró

un majestuoso cuervo

de los santos días idos.

Sin asomos de reverencia,

ni un instante quedo;

y con aires de gran señor o de gran dama

fue a posarse en el busto de Palas,

sobre el dintel de mi puerta.

Posado, inmóvil, y nada más.



Entonces, este pájaro de ébano

cambió mis tristes fantasías en una sonrisa

con el grave y severo decoro

del aspecto de que se revestía.

“Aun con tu cresta cercenada y mocha —le dije—,

no serás un cobarde,

hórrido cuervo vetusto y amenazador.

Evadido de la ribera nocturna.

¡Dime cuál es tu nombre en la ribera de la Noche Plutónica!”

Y el Cuervo dijo: “Nunca más.”



Cuánto me asombró que pájaro tan desgarbado

pudiera hablar tan claramente;

aunque poco significaba su respuesta.

Poco pertinente era. Pues no podemos

sino concordar en que ningún ser humano

ha sido antes bendecido con la visión de un pájaro

posado sobre el dintel de su puerta,

pájaro o bestia, posado en el busto esculpido

de Palas en el dintel de su puerta

con semejante nombre: “Nunca más.”



Mas el Cuervo, posado solitario en el sereno busto.

las palabras pronunció, como virtiendo

su alma sólo en esas palabras.

Nada más dijo entonces;

no movió ni una pluma.

Y entonces yo me dije, apenas murmurando:

“Otros amigos se han ido antes;

mañana él también me dejará,

como me abandonaron mis esperanzas.”

Y entonces dijo el pájaro: “Nunca más.”



Sobrecogido al romper el silencio

tan idóneas palabras,

“sin duda —pensé—, sin duda lo que dice

es todo lo que sabe, su solo repertorio, aprendido

de un amo infortunado a quien desastre impío

persiguió, acosó sin dar tregua

hasta que su cantinela sólo tuvo un sentido,

hasta que las endechas de su esperanza

llevaron sólo esa carga melancólica

de ‘Nunca, nunca más’.”



Mas el Cuervo arrancó todavía

de mis tristes fantasías una sonrisa;

acerqué un mullido asiento

frente al pájaro, el busto y la puerta;

y entonces, hundiéndome en el terciopelo,

empecé a enlazar una fantasía con otra,

pensando en lo que este ominoso pájaro de antaño,

lo que este torvo, desgarbado, hórrido,

flaco y ominoso pájaro de antaño

quería decir granzando: “Nunca más.”



En esto cavilaba, sentado, sin pronunciar palabra,

frente al ave cuyos ojos, como-tizones encendidos,

quemaban hasta el fondo de mi pecho.

Esto y más, sentado, adivinaba,

con la cabeza reclinada

en el aterciopelado forro del cojín

acariciado por la luz de la lámpara;

en el forro de terciopelo violeta

acariciado por la luz de la lámpara

¡que ella no oprimiría, ¡ay!, nunca más!



Entonces me pareció que el aire

se tornaba más denso, perfumado

por invisible incensario mecido por serafines

cuyas pisadas tintineaban en el piso alfombrado.

“¡Miserable —dije—, tu Dios te ha concedido,

por estos ángeles te ha otorgado una tregua,

tregua de nepente de tus recuerdos de Leonora!

¡Apura, oh, apura este dulce nepente

y olvida a tu ausente Leonora!”

Y el Cuervo dijo: “Nunca más.”



“¡Profeta!” —exclamé—, ¡cosa diabolica!

¡Profeta, sí, seas pájaro o demonio

enviado por el Tentador, o arrojado

por la tempestad a este refugio desolado e impávido,

a esta desértica tierra encantada,

a este hogar hechizado por el horror!

Profeta, dime, en verdad te lo imploro,

¿hay, dime, hay bálsamo en Galaad?

¡Dime, dime, te imploro!”

Y el cuervo dijo: “Nunca más.”



“¡Profeta! —exclamé—, ¡cosa diabólica!

¡Profeta, sí, seas pájaro o demonio!

¡Por ese cielo que se curva sobre nuestras cabezas,

ese Dios que adoramos tú y yo,

dile a esta alma abrumada de penas si en el remoto Edén

tendrá en sus brazos a una santa doncella

llamada por los ángeles Leonora,

tendrá en sus brazos a una rara y radiante virgen

llamada por los ángeles Leonora!”

Y el cuervo dijo: “Nunca más.”



“¡Sea esa palabra nuestra señal de partida

pájaro o espíritu maligno! —le grité presuntuoso.

¡Vuelve a la tempestad, a la ribera de la Noche Plutónica.

No dejes pluma negra alguna, prenda de la mentira

que profirió tu espíritu!

Deja mi soledad intacta.

Abandona el busto del dintel de mi puerta.

Aparta tu pico de mi corazón

y tu figura del dintel de mi puerta.

Y el Cuervo dijo: “Nunca más.”



Y el Cuervo nunca emprendió el vuelo.

Aún sigue posado, aún sigue posado

en el pálido busto de Palas.

en el dintel de la puerta de mi cuarto.

Y sus ojos tienen la apariencia

de los de un demonio que está soñando.

Y la luz de la lámpara que sobre él se derrama

tiende en el suelo su sombra. Y mi alma,

del fondo de esa sombra que flota sobre el suelo,

no podrá liberarse. ¡Nunca más!