Sentado a la entrada del vetusto portón de madera en un pequeño corredor techado de ocres tejas para cubrirse del esplendido sol serrano de la tarde se encontraba él, viejo y maltrecho postrado en unos pellejos masticando sus hojas de coca y sus penas, su melancólica mirada se perdía en el inmenso valle que lo rodeaba las verdes chacras y la leve brisa acompañada de los esporádicos trinos de las pájaros lo hacían más sensible y su recuerdo lo llevó de improviso a esa fecha , a esa noche fatal de hace veinte años atrás, cerró los ojos y recordó al Antuco su único hijo , recordó su mirada lastimera pidiendo ayuda, recordó que le estiraba los brazos para poder sujetarlo mientras era arrastrado por ese grupo de hombres que ocultaban sus rostros tras un pasamontañas negro y que portaban enormes fusiles en una de sus manos.
Triste ahora se culpaba silenciosamente de no haber hecho nada por el Antuco, quizo ayudarlo pero el metal frio que sintió en su cabeza lo detuvo de cualquier intento, desde aquella fecha su vida había cambiado radicalmente, pasó semanas enteras buscándolo de pueblo en pueblo, preguntando a cada persona que se le cruzaba y dando las características del muchacho, nadie le daba razón alguna de su hijo. Hasta la Carmincha su mujer se había ido de su casa dejándolo solo, echándole la culpa de todo y desde esa vez todas las tardes eran un martirio para él, solía sentarse por horas en la entrada de su casa mirando el atardecer y el horizonte chacchando la amarga coca tratando de endulzar sus momentos tristes con algo de esperanza.
Toda la gente del pueblo pensaba que se había vuelto loco, se convirtió en un hombre de pocas palabras pero nunca dejó de trabajar sus tierras, su mutismo no extrañaba a ningún poblador de Kurimarca y su soledad tampoco, solo algunas veces cuando se excedía en beber la caña hablaba consigo mismo como si dialogara con otra persona, también se le escuchaba nombrar al Antuco y hasta le daba algunos consejos a ese hijo que solo estaba mirando en su imaginación. Luego lloraba como un niño y maldecía a esos hombres que se llevaron a su hijo por aquel camino oscuro arrastrándolo como si fuera un bulto, ¡Dios sabe a dónde se lo habrían llevado! Murmuraba.
Los años fueron pasando lentamente y en su angustia el viejo seguía preguntando por su hijo, hacía inverosímiles comparaciones con otros jóvenes que habitaban en el pueblo, éstos solo sonreían lastimeramente ante las absurdas palabras del viejo loco. Hace varios años que la paz había retornado al país y a su pueblo, las autoridades y los medios de comunicación informaban de grandes cambios, por todos lados se denunciaban abusos y desapariciones sus vecinos lo animaron a denunciar su caso y hasta lo acompañaron a la oficina que estaba a un costado de la alcaldía, resuelto y un poco tembloroso el anciano se acercó ante el fiscal e hizo su denuncia.
Ahora estaba allí sentado al lado del viejo portón como todas las tardes sobre un montón de pellejos sucios, sólo y mirando el polvoriento camino masticando las verdes hojas de coca que su temblorosa mano lentamente llevaban a su boca, observaba el horizonte quizás esperaría veinte años más eso a él no le importaba, según él tenía todo el tiempo del mundo para ver al Antuco aparecer por aquel camino polvoriento.
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