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La cabeza la sentía pesada, un
fuerte dolor lo hacía gritar de rato en rato, se sintió mareado y
tambaleándose buscó la silla más próxima
y se sentó algo aturdido, agarrándose la
cabeza con las dos manos , apretando desesperadamente su cráneo contra las
palmas de sus manos como si haciendo eso amortiguaría en algo el dolor que se acrecentaba.
La crisis fue cediendo lentamente y al
cabo de unos minutos las molestias habían desaparecido.
Una vez tranquilizado , la
expresión de su rostro cambió, se le vio más relajado, sonreía
sarcásticamente al menor movimiento de
las personas que miraba detenidamente como si se tratase de una función de
marionetas, era en ese momento otra persona, disimuladamente metió su mano
derecha al bolsillo de la casaca y palpó el frasco de pastillas que siempre
llevaba consigo, su psiquiatra en la última cita le había dicho que no dejara
de tomarlas y si lo hacia corría grave peligro de recaer en su enfermedad y sería mucho más
difícil revertir las consecuencias. Pero no le hizo caso, jamás tomó las
pastillas pero siempre las llevaba consigo, cuando estaba solo le gustaba sentarse en el banco del
parque y sacaba el pequeño frasco y con
su mano lo agitaba produciendo un ruido de sonaja, el ruido lo hacia sonreír lo
tranquilizaba, lo relajaba.
Paso toda la tarde sentado en la
banca del parque, de rato en rato pronunciaba algunas palabras, produciéndose
un dialogo con el mismo, sabia en el fondo que estaba solo y que no había nadie
a su lado pero le daba igual él
hablaba a solas era su pasatiempo favorito y en algunas ocasiones reía a carcajadas como
si otra persona le hubiera dicho algo gracioso, la gente que caminaba cerca de él volteaba a mirarlo y
sacaban una conclusión la única que se puede conjeturar al ver a una persona en
ese estado, “Esta loco” decían algunos,”Pobrecito” murmuraban otros, y los más reacios a los problemas de otras personas
pasaban de largo haciendo caso omiso a los gritos de ayuda que profería Jhony.
Una de esas tardes, cuando se
disponía a regresar a casa vio a una paloma que cayó de la rama de un árbol, se
acercó con cautela y la tomó entre sus
manos y vio los ojos minúsculos y redondos del ave , y lejos de todo
acto sano, cogió el cuello del tierno animal y con una fuerza descomunal
arrancó de un tirón la cabecita de la paloma,
los borbotones de sangre bañaban su temblorosa mano, el reía sarcásticamente y lanzó al aire el cuerpo mutilado de la
paloma creyendo que el pobre animal
volaría sin cabeza, el cuerpo del ave cayó pesadamente al suelo y luego de dar
unos débiles movimientos de alas quedo
inerte , embarrado de sangre en el piso.
La esquizofrenia lo estaba
volviendo un ser malvado, a lo mejor él no se daba cuenta y los demonios que habitaban su mente le ordenaban
hacer cosas atroces. Una vez se dirigió hasta el puente del ejército se sentó
en la baranda y con la mirada fija en la fuerte corriente de agua sucia y
espumosa hacía el ademán de lanzarse
mientras con una mano agitaba el frasquito de pastillas como tratando
de acompasar el estruendoso ruido de las aguas con el sonoro ruido sonajero de su frasco de pastillas.
La gente lejos de prestarle
atención, pasaba de largo ignorando lo que pudiera pasar.
Esa vez no fue necesario hacer
nada, por sus propios medios se bajo de la baranda y caminó sin rumbo por la ciudad, sin hambre,
sin calor, sin presagiar lo que iría a pasar luego.
En la tarde llegó a su casa un
humilde callejón en Breña, abrió la puerta y se sentó en la sala por un momento
como recapacitando, su apariencia no hacía sospechar nada, estaba muy bien
aseado y vestía un elegante terno color café, la camisa blanquísima y la
corbata marrón con adornos cremas, el calzado
brillante y reluciente. Abrió el
maletín y sacó de entre los papeles un
enorme cuchillo, se puso de pie y se encaminó hasta la habitación de su madre,
una mujer anciana impedida hace muchos años de hacer las cosas por si misma
debido a un accidente que le fracturó la cadera dejándola invalida para
siempre. Su madre era una mujer de carácter fuerte, quedó viuda cuando Jhony
era un niño, y desde ese entonces ella influyó mucho en él, al punto de quebrar
esa delicada línea que existe entre madre e hijo, ella lo hizo de su propiedad,
lo trataba no como a un hijo sino como a un objeto de la cual ella era dueña y
podía hacer con él lo que quisiera y poco a poco fue moldeando en Jhony una
personalidad sumisa sin autoestima al
hecho de hacer todo lo que su madre no
le decía a buenas maneras sino que le ordenaba
a manera castrense.
Jhony, caminaba despacio haciendo tronar el taco de su zapato
cuando chocaba con el piso de parquet bien encerado, sigilosamente abrió la
puerta del dormitorio de su madre, y caminó blandiendo el cuchillo ante la
mirada atónita de esta, se colocó al
costado de ella y mientras doña Carmen trataba vanamente de persuadir a su hijo
con las más absurdas súplicas, éste se mantenía callado y sereno haciendo oídos
sordos a los ruegos de su madre, poco a poco
su semblante fue cambiando y
comenzó a tener ligeras convulsiones, la madre lloraba implorando piedad
y perdón, Jhony solo pronunció una palabra.
¡Cállate!
Acto seguido tomó de los cabellos a su madre y
pasó la delgada hoja de acero afilada
por la arrugada y frágil garganta
de la anciana, la yugular había sido cercenada y los borbotones de sangre inundaban la cama.
Jhony quedo temblando y observando los
ojos bien abiertos de su madre. No soportó esa mirada y la cubrió con una colcha.
Luego, como si sus oídos escucharan las órdenes
de una tercera persona, Jhony se dirigió a la cocina cogió medio galón de
kerosene y una cajita de fósforos, regresó a la sala portando la galonera y el fósforos,
se sentó en el sillón y encendió el
equipo de sonido colocó un CD de Montserrat
Caballé la diva de la ópera y
mientras oía “El hijo de la Luna” a todo
volumen levantó la galonera y se baño la
cabeza con el combustible , metió la mano en el bolsillo del saco y extrajo el
frasco de pastillas, pero esta vez no lo hizo sonar como una sonaja sino que lo
lanzó con furia contra la pared. Una vez bañado en combustible hizo un sonido similar a un sonajero con la
cajita de fósforos, y luego de sonreír
con sarcasmo encendió un cerillo y se prendió fuego a lo bonzo, sus
gritos aterradores alertaron a los vecinos, quienes impresionados vieron como
una silueta humana envuelta en llamas corría de un lado a otro emitiendo
desgarradores alaridos y moviendo los brazos incansablemente, hasta llegar a la ventana abrazó las cortinas y fue
suficiente para que toda la casa ardiera. Los bomberos al cabo de varias horas
lograron apagar el fuego y entre los
escombros humeantes los peritos encontraron los restos chamuscados de tres personas.