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Juan Arturo, cursaba el quinto de
secundaria en el único colegio de su
ciudad, era un adolescente extrovertido, juguetón el más jodido del quinto “H”, era delgado,
trigueñito, estudioso no tanto pero daba
pelea a los más chancones que no eran muchos. Su padre propietario de un
prospero grifo que estaba ubicado
estratégicamente a la entrada de la
ciudad, lo hacía un muchacho pudiente y con licencia para hacer lo que le venga
en gana a veces.
Una vez aprovechó las vacaciones de medio año para realizar un
viaje a Huánuco en el camión cisterna de su padre, acompañaría a un tío para
entregar el combustible en una sucursal
que tenían en la ciudad huanuqueña. Al parecer entró como jugando a conocer el
ilícito negocio de la familia. La entrega no era precisamente de galones de
gasolina sino de kilos de coca. Lo del grifo era una pantalla para
justificar los signos exteriores de
riqueza con que gozaba la familia.
Juan Arturo aprovechó este viaje
y logró apoderarse sin que nadie se diera cuenta de un paquete “ladrillo” de
coca pura, lo camufló muy bien dentro de sus pertenecías y de regreso pasó
desapercibido por los controles policiales de las carreteras. Parecía que todo
estaba arreglado con la corrupta policía. Llegó a su localidad y guardó el
paquete por unos días en el jardín de su
casa, luego para no ser descubierto por su progenitor no dudo en entregar el “ladrillo” envuelto en una bolsa negra a
su compañero de clases al “Chito” Rojas su pata
de palomilladas. El “Chito” guardó por un tiempo la bolsa a sabiendas
de su contenido, sabía de la ilegal
merca que estaba ahora en sus manos.
Los días fueron pasando y el
paquete era celosamente guardado en un
rincón de la casa del “Chito”. El fue de
la idea de deshacerse de la merca no tirándola
a la basura o al rio, sino vendiéndola
y así avizorarse de algunos
billetes para palear las necesidades de
un adolescente ávido de nuevas aventuras. Así los dos chiquillos se
convirtieron en socios. De a poco y con
temor al principio fueron haciendo querer la droga primero a los más bellacos
del salón, uno de los clientes fijos sería el “mudo” Torres, luego el “mono” García y así fue creciendo la clientela entre los
alumnos del colegio.
Luego el negocio traspasaría los límites
del colegio, poco a poco fueron ganando fama y clientes, el enorme “ladrillo”
parecía no mermarse, después fue la
calle y hasta que los drogos en su
angustia llegaban a tocar la puerta de la casa del “chito” para comprar el
alcaloide bajo cualquier pretexto, el
pueblo era pequeño pero quedaron sorprendidos al saber que los drogos
eran cada vez más, ¿De donde salían tantos? Se preguntaban los socios sin tener
la respuesta.
Algunos personajes mayores de la
ciudad también contactaban con el “chito”, a veces entregaban la coca a
domicilio previa propina extra del comprador. Hasta personajes foráneos tocaban la puerta de la
casa del “chito” para comprar su vicio.
Es el caso de un “brujo” que se jactaba de curar enfermedades desconocidas , el
daño, la brujería las decepciones amorosas y no pudo curar su adicción, el
maestro Ángelo venido de la capital a
estafar a la gente con sus hechizos
no pudo evadir el embrujo de la droga y tocaba la puerta del “ chito”
todos los días.
Los traviesos socios no midieron las
consecuencias de sus actos. Hasta
que del enorme” ladrillo” solo quedaba
una pequeña masa del tamaño de un guijarro
que en menos de una semana desapareció. Los drogos llegaban en mancha a
la casa del “chito”, éste no sabía qué hacer para despedir a los angustiados
drogos, Juan Arturo planteó no seguir en
las andanzas y el “chito” era el que
pagaba los platos rotos pues su domicilio era el centro de acopio de los drogos.
Una tarde llegó el brujo en
tragos a buscar un poco de coca , el “chito” se hizo negar y esto fue
suficiente para que el maestro Ángelo
arremetiera a patadones contra la
débil puerta de la casa del “chito”, en eso salimos todos los vecinos del barrio
a reclamar la actitud de foráneo personaje, el aducía que había sido
estafado por el “chito” que en vez de
coca le habían dado otra sustancia que
le había hecho daño, los vecinos creyeron que el brujo estaba inventando cosas
con tal de sacarle dinero a la familia del “chito” y en un intercambio de
palabras y manotazos expectoraron del
barrio al brujo que se fue jurando tomar venganza. Desde esa vez los amigos prometieron no hacer mas
travesuras y gracias a que no había pruebas con que incriminarlos y por ser
menores de edad y como además nadie hizo
una denuncia formal todo paso a ser un malentendido que libro a estos granujas de una pena mayor.
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